CULTURA

CIRCULO DE PALABRAS

Entre un espacio y otro del tiempo, se formó un círculo de sombras que deambularon por un pequeño perímetro donde hombres y mujeres danzaron como arco iris alrededor de la maltrecha Honduras y el fantasma del Che circuló de boca en boca como la poesía de lo concreto o como el objeto de una pequeña reunión donde todos los héroes tienen forma de voz.

Fue un espacio donde la guitarra le calmó la inquietud a la informalidad y puso orden en el silencio y comenzó el rezo de esas vainas que se dicen sin haberlas pensado.

Y llegaron los carajos uno a uno y llenaron de cenizas el salón de barro donde estaban invitados a morirse de paz o a vivir del sueño que producen las palabras cuando toman forma de paradoja, entonces todos se pusieron de acuerdo y una canción cruzo de extremo a extremo aquel pequeño pedazo de país donde hasta ese momento la poesía era clandestina.

Al Che Guevara lo vistieron de paisano y lo emborracharon de versos y de esas pendejadas de colores que se dicen cuando ya no hay tiempo de pensar en otra cosa, entonces Morazán vigiló la calle donde ardían los tertulianos y los poetas se alzaron contra el silencio que dejó la guitarra y lo casual abrió los brazos para que todos dibujaran sobre aquel circulo de palabras lo mágico del ciudadano que acaba de llegar de aquel lado de la ciudad.

Oscar Rodríguez repartió entre los presentes un trozo de tiempo a cada uno como si el tiempo fuera la medida para que las voces comenzaran a danzar en torno a la canción que había interrumpido la faena diaria de aquel lugar, donde todos se sumaron a la bacanal de poesía de aquella hora inconclusa del día.

Héctor Bello, Efraín Valenzuela, Ángel Malavé, José Javier Sánchez, Neiguel Machado, Julio Valdés, Elias Pérez, Ernesto Villarroel, Miguel Maldonado, Odalis Ortuño, Nelly Hernández fueron una parte del botín. En un baúl sin tiempo definido trajeron la borrachera que contagió a todos, y sin previo aviso comenzaron a lanzar improperios contra el sentido común y le dieron forma a una tarde maravillosa donde el coleado era Jesús Bracho que se trajo como contrabando un poema de Neruda para justificar su presencia en aquella paranoia intelectual de buena estirpe.

Otro Jesús, un tal Mijares, fue quien acabó con la paciencia de la pobre guitarra y la hizo murmurar las canciones de Silvio Rodríguez sin ninguna consideración del Atahualpa que trajo a última hora como sacado de un sombrero mágico donde lo más importante era la revolución.

¡Que vaina carajo! No había forma de que estos bohemios acabaran de reducir la tarde al pequeño dialogo que no callaba nunca. Es que nuestros locos se bebían la vida en un sorbo como si la vida fuera una cerveza bien fría en medio de cualquier verso callejero e irreverente que se decían.

La hija de uno de esos héroes de la lucha armada, se armó de amor para poder tener el valor suficiente de soportar aquella tarde de poesía y ser ella misma el pequeño capitulo de un homenaje a la insurrección de un padre ebrio de utopías inolvidables y necesarias, tuvimos la sensación de que Argimiro estuvo allí y hasta recitó algunos versos para que volaran sobre el socialismo que las armas no pudieron sembrar en el corazón de esta mujer llamada Venezuela.

La mansa guitarra no dejó de sonar, y todas las gargantas le siguieron el paso a la voz que guiaba aquel improvisado jolgorio tropical donde se dieron el lujo de subir los cerros utópicos de Efraín y dibujar aquellos barrios con techos de frases recogidas en la calle como si fueran carros viejos.

Sé que no me perdonarán que diga estas mentiras, pero no puedo negar que fui engañado y llevado a ese cadalso donde ese grupo de sicarios mataron mis ganas de vivir aburrido en la nostalgia de mi cotidianidad citadina.

Confieso que también mi negra fue conducida hasta ese rincón anónimo de lo absurdo, bajo el mismo engaño radical de la bohemia. Ahora no estoy seguro que la negra me siga armando después de esta vergüenza con la inevitable guitarra que abrió las hostilidades de las malas y buenas palabras de esta subversiva jornada de hoy.